Rashara vio al muchacho alejarse. Se
notaba que no estaba acostumbrado a montar y trataba de aparentar lo que no
era. Sintió pena por él, pero borró eso de su mente. ¿Pena por el hijo de Lord
Baelish? ¿En qué estaba pensando? Ese chico llevaba una vida llena de comodidades…
Sin embargo, desprendía algo parecido a la melancolía. No debía tener más de
dieciséis años y se le notaba un trasfondo triste. Desde que él había llegado a
Los Dedos, lo había visto muchas veces asomado a una ventana del edificio
principal, con la cara entre las manos y los ojos perdidos en el horizonte. Bah,
a lo mejor sus dramas eran tonterías tales como no saber qué ropa ponerse cada
día, pensaba Rashara para sí. Pero le caía bien, y más desde esa mañana. No la
había tratado mal cuando se tropezaron y después le había confiado la elección
de una montura a ella. Y incluso la llamó por su nombre, cuando todos los amos a los que había servido le decían «Eh,
chico.» Le hacía gracia su actitud, entre tímida y orgullosa, como cuando
se sentó sobre la yegua y se pasó la mano por el pelo negro adornado con un
extraño mechón blanco. No era más que un crío queriendo ser un hombre.
De
vuelta al establo vio a su madre. Ryene trabajaba como costurera y llevaba un
bulto de tela bajo el brazo. Solía llevarse cosas para seguir cosiendo en casa
a la luz de una vela. Rashara le reñía, diciéndole que se iba a quedar ciega y
que ya trabajaba bastante durante el día. No entendía la actitud de su madre,
nadie le iba a agradecer el esfuerzo. Ryene le respondía que le gustaba bordar
y coser igual que a ella pasarse horas con los caballos más allá de sus
obligaciones. Se saludaron y siguió su camino hasta el establo. Los mozos
habían terminado de limpiar el lugar y no había nadie. El herrero tampoco
necesitaba ayuda en ese momento, sin embargo se quedó un rato con él,
observando cómo forjaba una espada con destreza. El hombre, que se llamaba Leif,
aunque todos lo llamaban Tonel por lo
prominente de su barriga, trabajaba con precisión. Se llevaban muy bien y más
de una vez le había prestado alguna espada pequeña a Rashara para que
practicara a escondidas con ella. «Tonel, ¿tienes por ahí algún “alfiler” de
sobra para sujetarme la ropa?» Alfiler
era el nombre en clave cuando quería pedirle una espada. El herrero le guiñó un
ojo, esperó a que un mozo pasara, y silbando sacó de debajo de la forja un arma
vieja pero afilada. Rashara la envolvió en un saco y besó al hombre en la cara. «Eres fantástico, Tonel. Ya te debo otra.» Tomó un caballo y se fue al bosque a
buscar el tocón con el que practicaba.
En
Los Dedos no tenía a nadie con quien batirse ni tampoco que le enseñara. Lo que
sabía lo había aprendido durante los tres años y medio que vivió en Desembarco
del Rey, en el barrio del Lecho de Pulgas, el más miserable de la capital.
Odiaba ese sitio y no le gustaba el rey Aerys II, un loco según decían las
gentes del lugar. Nunca lo había visto, pero lo describían con un aspecto
bastante desagradable: el pelo sucio, las uñas y barbas largas y el cuerpo
lleno de costras. Había quien afirmaba que se estaba convirtiendo en un dragón
y tenía escamas. En Desembarco trabajó como correveidile del Consejero de los
Susurros. Llevaba y traía todo tipo de mensajes misteriosos que no entendía,
pero le pagaban bien. A su madre le contaba que sacaba el dinero vendiendo
collares que elaboraba con conchas y otros objetos que encontraba cerca de la
playa. Ryene aparentaba creérselo. Como su información valía más o menos
dependiendo de la importancia, fue guardando una parte del dinero, el cual empleó
para que un extraño braavosi le diera las nociones básicas de esgrima. Era un
tipo calvo y delgado que al principio la rechazó, pero luego la aceptó porque
decía ver en ella una predisposición para ser una excelente danzarina del agua.
Rashara no tenía ni idea de lo que quería decirle con eso, así que lo tomó como
algo bueno. Al poco su madre decidió irse de nuevo y tuvo que poner fin a su
entrenamiento. Allá donde iba, buscaba una espada con la que practicar las
pocas cosas que el braavosi le había enseñado porque no quería que se le
olvidaran.
Ya
estaba próxima al lugar al que solía ir para practicar. Un poco más allá del
tocón estaba atada la yegua que el hijo de Lord Baelish se había llevado. Al
principio pensó en marcharse, pero le fastidiaba irse de un sitio que
consideraba suyo. Tiró de las riendas obligando al caballo a trotar hasta donde
estaba el otro animal. No había ni rastro del chico. Mejor. Bajó de su montura,
sacó la espada y se puso a hacer sus ejercicios con los ojos cerrados, pendiente
de todos los sonidos que la rodeaban.
Jejeje, seguro que Petyr está por ahí escondido, investigando todo lo que hace Rashara xD En cierto modo me recuerda al primer fic, y eso me gusta :D
ResponderEliminarMañana más ;)
Mañana lo sabremos e.e
EliminarQue divertida es Rashara , me gusta mucho su personaje, es decidida y creo que pueden pasar cosas interesantes en su vida, sus interacciones con Petyr parecen distantes pero algo me dice que estos dos tendrán su historia jeje ya veremos, gracias Athena.
ResponderEliminarSe acercan grandes momentos :)
EliminarAh good! As I hoped, more about Rashara! :) more I know her, more I like her! and...I love the fact that she admit soon to herself that she likes Petyr...
ResponderEliminarbut now, I wanna run to Chapter 5!
Dora.
She is intrigued about Petyr ;)
EliminarMe encanta la chavala y en parte se parece a Arya. Me gusta mucho el fic!!!! Ah! Y lo habrás notado, pero te lo digo igual: He conseguido comentar!!! Jajaja.
ResponderEliminarCristina
Sí, la verdad es que tiene un cierto parecido con Arya :) Estas chicas así tan independientes me gustan mucho.
EliminarQue buen personaje es Rashara... me encantan las chicas decididas y con los objetivos claros...
ResponderEliminarXim a Cuerda